La escena: víspera de Año Nuevo.
El plan: una velada tranquila en casa con la familia. Se siente la energía, una mezcla de magia, anticipación y, en mi caso este año, un toque de caos.
Nuestra casa desbordaba alegría festiva y calidez de familia, pero luego la calefacción comenzó a fallar; un problema importante cuando hay temperaturas gélidas. Dos técnicos vinieron durante la semana y no lograron dar con la raíz del problema. En la víspera de Año Nuevo, la calefacción dejó de funcionar por completo. Encontramos otro técnico que accedió a venir y la tercera resultó ser la vencida. Después de muchas llamadas telefónicas, encontramos al único técnico de reparación disponible que aceptó dar un vistazo de inmediato.
Pero el técnico descubrió otro problema. Miles, nuestro labrador color café, lo siguió hasta la sala de calderas. El técnico escuchó masticar y vio migajas rosadas en la boca de Miles y en el suelo delante de él. No pasó mucho tiempo para que nos diéramos cuenta, ciertamente horrorizados, de que su nueva “golosina” era veneno para ratas. Salimos de emergencia al veterinario, solo para descubrir que Miles también se había comido uno de los juguetes de Janucá de Abigail (porque, obvio, ¿por qué no?). Después del protocolo para salvarle la vida, Miles fue tratado por envenenamiento e ingestión de juguetes, y fue enviado a casa para su recuperación.
Probablemente estés pensando que eso fue todo, ¿verdad? Déjame decirte que no fue así. Dicen que estas cosas vienen de tres en tres; por lo tanto, mi hijo mayor, David, comenzó a sentirse un poco mal. Pronto quedó claro que David enfrentaba el norovirus. Se enfermó fuertemente, y pasé las siguientes horas yendo y viniendo entre David y el perro.
Alrededor de las 8 p. m., Michael y yo finalmente teníamos la comida preparada y estábamos listos para tener nuestra cena familiar, aunque David no nos acompañaría. Me senté a cenar, completamente agotada, y veo a Michael, exhausto, y le dije: “Quizá deberíamos ir a la cama y despertar el próximo año”.
Tenía la intención de hacer precisamente eso, pero, por cosas del destino, la noche tenía un giro más. Abigail se presentó en la cena impecablemente engalanada con un vestido brillante y lista para la fiesta. Yo todavía estaba en jeans y un suéter. Pero cuando vi su esfuerzo y entusiasmo, subí corriendo por las escaleras para cambiarme. Bueno, quizá subí arrastrándome…
Al rato anuncié que era hora de prepararnos para ir a dormir. La decepción se apoderó de su pequeño rostro. Tenía la intención de quedarse despierta hasta tarde, ver caer la Bola de Times Square por primera vez y celebrar el cambio de año con nosotros. Y ella me recordó que el año pasado yo había asistido a una boda en la víspera de Año Nuevo, y que esta vez estaba muy entusiasmada de pasarla conmigo.
Hice una pausa. No puedo expresar en palabras las ganas desesperadas y urgentes que tenía de irme a la cama. Pero tuve una oportunidad, y lo único que se interponía en mi camino era mi propia comodidad; en este caso, una intensa incomodidad. Así que me di la vuelta y me entregué.
Luego, allí estaba yo: completamente agotada y mirando la transmisión de la víspera de Año Nuevo, con Abigail acurrucada a mi lado. Recibimos al 2025 con alegría y, a la mañana siguiente, todos se despertaron sintiéndose mejor, incluso David y Miles.
Los kabbalistas enseñan que la gratitud despeja el camino para que las bendiciones entren en nuestra vida. Cuando apreciamos lo que tenemos —aun de cara al estrés, las expectativas que no se cumplen o los planes que salen mal— transformamos nuestro ser y nuestra vida, creando espacios para más bendiciones. Nuestra caldera se averió y hacía frío, lo que nos recordó la bendición que es el calor. El curioso Miles tomó una mala decisión que resultó en estrés y facturas del veterinario, pero qué afortunados somos de tener su amor tosco e incondicional en nuestra vida. El norovirus claramente no es bueno, pero rara vez tengo la oportunidad de cuidar a mi hijo mayor. Y aunque todo lo que quería hacer era irme a dormir, Abigail y su vestido de lentejuelas brillando en el resplandor del televisor, viendo caer por primera vez la bola de la víspera de Año Nuevo, es un momento que ambas atesoraremos por los próximos años. Cuando transformamos el caos en gratitud, el panorama de nuestra vida, literalmente, comienza a cambiar. Eso es exactamente lo que me sucedió esta víspera de Año Nuevo.
El caos no anula la gratitud. De hecho, nos ayuda a hacer espacio para ella cuando nos tomamos un momento para elegir. En las situaciones que se salen de nuestra comodidad, en los momentos en los que nos esforzamos por estar presentes a pesar del agotamiento, nos esperan nuestros mayores regalos.
Y cuando el reloj marcó la medianoche, la sentí: no solo la llegada de un nuevo año, sino la presencia inconfundible de la gratitud, envolviéndome como el calor que nos hacía tanta falta apenas unas horas antes. Brindemos por encontrar los destellos en nuestras noches más caóticas. A veces, los descubres en los momentos y los lugares que menos los esperas.