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Michael Berg
Agosto 2, 2018
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Imagina que un amigo decide darte una gran sorpresa un día y te compra un auto sin ninguna razón aparente. Una vez que la sorpresa y la emoción pasan, quizá te sientas increíblemente agradecido, pero probablemente también te sientas un poco incómodo. ¿Qué hiciste para merecer semejante regalo? ¿Cómo podrías devolver el gesto? Ahora imagina que a la semana siguiente te compra otro auto. Y después otro a la semana que le sigue. Quizá comiences a sentirte culpable e indigno. Tal vez hasta comiences a sentir resentimiento hacia él. ¿Por qué te está dando regalos tan costosos sin tú haberlos pedido? ¿Qué esperará a cambio?

"Queremos ganarnos activamente la Luz."

Este fenómeno es algo a lo que los kabbalistas se refieren como Pan de la Vergüenza. Es el acto de recibir abundancia sin haberla ganado. Y no solo sentimos esto entre nosotros, sino también con el Creador. El Creador es una fuente dadora infinita y quiere compartir con nosotros eternamente. No obstante, nuestra alma no solo quiere recibir la Luz del Creador, queremos ganárnosla activamente para evitar el Pan de la Vergüenza.

 

Pero ¿cómo lo logramos? ¿Cuánto trabajo tenemos que hacer para eliminar el Pan de la Vergüenza y poder recibir la Luz del Creador? ¿Cómo llegaríamos a ganarnos la plenitud ilimitada? Si vamos al caso, ¿cómo llegaríamos a pagarle al Creador o cómo podríamos ganarnos de alguna manera todo con lo que ya hemos sido bendecidos en la vida?

 

La respuesta, según Rav Áshlag en sus escritos sobre Las Diez Emanaciones Luminosas, es que realmente no se trata de ganarnos lo que recibimos, sino de cambiar la fuente de nuestro deseo. Es imposible llegar a ganarnos la abundancia infinita, dado que no tiene fin. En lugar de ello, debemos transformar nuestro Deseo de Recibir para Sí Mismo en Deseo de Compartir. En otras palabras, cuando trascendemos nuestra naturaleza egoísta, en realidad nos abrimos a recibir más Luz del Creador. La paradoja interesante aquí es que, una vez que nos convertimos en personas que solo desean compartir, podemos comenzar a recibir.

 

Aunque esto plantea otra pregunta: ¿cómo compartimos con el Creador si Él no necesita nada? Pues, sabemos que lo único que quiere el Creador es compartir con nosotros. Esto es lo que le da felicidad al Creador. Cuando reconocemos esto, comenzamos a entender cómo recibir del Creador también puede ser un acto de compartir. Si transformamos nuestro deseo en un deseo de compartir, permitimos que el Creador nos otorgue bendiciones; no porque nos traiga dicha a nosotros, sino porque queremos dar dicha al Creador. Le decimos al Creador: “Dame infinitamente porque quiero darte la dicha de compartir conmigo”.

 

Conocemos este concepto intrínsecamente. Cuando hacemos algo por otra persona con amor desinteresado, se siente bien. Sentimos una inmensa dicha gracias a esa acción. Entonces, sabemos que podemos causarle dicha a otras personas al dejarles compartir con nosotros. La clave es pensar solamente en la dicha que les causa a los demás, no en qué podemos recibir de otra persona o cómo podemos beneficiarnos de ello. Si vieras lo feliz que estaba tu amigo por comprarte autos nuevos cada semana, y te enfocaras únicamente en la dicha que eso le genera, aceptarías los autos por el amor que sientes por ese amigo; aunque en principio no quieras los autos. Podrías trascender los sentimientos de culpa y resentimiento que provienen del Pan de la Vergüenza.

"Es completa- mente natural desear cosas."

Rav Áshlag nos enseña que este es el tipo de transformación al que todos deberíamos aspirar. Cuando toda la humanidad alcance esto, entonces no habrá nada que nos separe del Creador. Al igual que el Creador, nuestro único deseo será compartir; aun si la manera de compartir es a través de recibir. Una vez que nos volvamos personas cuyo único deseo es compartir, entonces comenzaremos a recibir con el propósito de dar gozo a la otra persona.

Como regalo adicional de esta situación, despertamos cada vez más Deseo de Recibir mediante este proceso. Consideremos el caso de un bebé. Cuando está recién nacido, únicamente desea necesidades básicas: alimento, cariño, comodidad. A medida que aprende a caminar, hablar y jugar, su deseo se vuelve más complejo. Quiere juguetes, escuchar sus canciones favoritas, ir al parque. A medida que sigue creciendo, comienza a aprender más. Tiene conversaciones más profundas. Siente curiosidad por el mundo.

A medida que crecemos en nuestro viaje espiritual, podemos recibir fuentes cada vez más grandes de plenitud dado que nuestra capacidad de recibir aumenta. Cuando nos preguntamos: “¿Cómo puedo ayudar al Creador a que comparta conmigo infinitamente?”, despertamos nuevos deseos y nuevas maneras para que el Creador nos provea.

Es completamente natural desear cosas para nosotros. Queremos dinero, una casa bonita, una familia, un buen empleo; todas las cosas que creemos que nos traerán felicidad y plenitud. Pero la lección que Rav Áshlag nos enseña aquí es que la verdadera plenitud no se logra al pedirle al Creador lo que queremos, sino más bien preguntándonos cómo podemos causar dicha al Creador y entre nosotros.

Cuando nos convertimos en seres del Deseo de Compartir desinteresado, nos unificamos con el Creador y nos abrimos a bendiciones ilimitadas.

(*) Adaptado de la Lección 7 de las Diez Emanaciones Luminosas de Michael Berg


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